Michael Crowley, director para el sector público en Europa, Oriente Medio y África de VMware
El ritmo vertiginoso del cambio tecnológico marca el avance de la sociedad, y la industria de la defensa no es una excepción. De hecho, el nivel de protección que un Estado o un grupo de países pueden proporcionar a los ciudadanos está directamente relacionado con su capacidad de incorporar los avances tecnológicos y hacer uso de ellos.
Por ello, la innovación en materia de defensa es, hoy en día, un componente fundamental de las estrategias militares y de gobierno. No hace mucho, me he ocupado del tema en NITECH, la publicación interna de la OTAN, cuyo último número puede verse aquí.
Responder a la demanda de innovación
No hay duda de que las fuerzas militares están respondiendo a la demanda de innovación. La propia OTAN ha anunciado la creación de un fondo de innovación de mil millones de dólares, destinado a inversiones en empresas emergentes en su fase inicial y fondos de capital de riesgo que desarrollen tecnologías “prioritarias”, como la inteligencia artificial, el procesamiento de big data y la automatización. Ejemplos de la voluntad de innovación militar que inspira el fondo de la OTAN pueden encontrarse en toda Europa.
En el Reino Unido, el Ministerio de Defensa ha puesto en marcha una nueva estrategia de inteligencia artificial y, al momento de redacción de este artículo, el mismo organismo tenía abierta una convocatoria específica para ideas y propuestas de innovación no restringidas a las Fuerzas Armadas. En Alemania, se han destinado poco menos de 500 millones de dólares a la investigación y la inteligencia artificial, dentro de un presupuesto de 100 mil millones para el sector militar. No importa cuál sea el país, el objetivo es el mismo: potenciar las nuevas ideas técnicas y prácticas para la mejora y la innovación en la conducción de las operaciones militares.
En la base de dicho objetivo se encuentra la interacción entre la defensa y la tecnología; más específicamente, la forma en que los ministerios de defensa y los gobiernos toman ideas novedosas de las empresas tecnológicas y las aplican a los retos que plantea la guerra.
La guerra, un catalizador del cambio
A principios de este año, fue inaugurado un nuevo polo de innovación, destinado a ampliar los límites de la tecnología empleada por las Fuerzas Armadas del Reino Unido. Denominado Defence BattleLab, este centro reúne a personal de las Fuerzas Armadas, instituciones académicas y empresas del sector privado con el fin de realizar ensayos y experimentos con tecnología de punta. El mes pasado, la Comisión Europea anunció sus planes de destinar 1.200 millones de euros a proyectos colaborativos de investigación y desarrollo en materia de defensa, seleccionados en el marco del Fondo Europeo de Defensa (FED). Esta iniciativa permitirá al FED brindar apoyo a proyectos de capacidades de defensa de alta gama, como una nueva generación de aviones de combate, tanques y buques, así como tecnologías críticas para la defensa, como la nube militar, la inteligencia artificial, los semiconductores, el espacio, el ciberespacio y las contramedidas médicas.
En la guerra entre Ucrania y Rusia, ya podemos ver ejemplos de innovación en defensa. Las fuerzas ucranianas, por ejemplo, emplean impresoras 3D para añadir aletas de cola a las granadas antitanque de la era soviética. Se trata de municiones económicas y sencillas que, cuando son arrojadas desde drones comerciales, atraviesan la estructura relativamente endeble del techo de los tanques y otros vehículos rusos. Esta innovación, que combina tecnología militar y tecnología comercial de bajo coste, habilita la posibilidad de destruir vehículos rusos valorados en cientos de miles o incluso millones de dólares a un coste de cien dólares por granada y mil dólares por dron.
Para bien o para mal, ya no quedan dudas de que la guerra es un catalizador del cambio.
Tres retos
Materializar el potencial para el cambio implica también aceptar el fracaso, lo que está en las antípodas de la mentalidad militar. El fracaso es un componente fundamental de la innovación: no hay uno sin el otro. Por ello, los jefes militares deben garantizar la existencia de sistemas eficaces por medio de los cuales se premien la creatividad y la capacidad de arriesgar en todos los niveles.
Esto conlleva varias dificultades, la primera de las cuales es la adquisición. La tecnología ágil debe adquirirse de maneras ágiles. Los días de reparticiones gubernamentales atadas a contratos rígidos y de larga duración con proveedores de tecnología deben quedar atrás. Los funcionarios de defensa deben contar con sistemas de adquisición flexibles y económicos que les permitan cambiar de rumbo rápidamente y adoptar tecnologías emergentes.
Para que la innovación se materialice realmente en el ámbito militar, también se necesitan redes de última generación: las fuerzas deben poder compartir datos con colegas, aliados y asociados sin fricciones, con la capacidad de analizar los datos de manera instantánea y actuar en consecuencia en el terreno. Se necesitan nuevas arquitecturas de red, que sean intrínsecamente seguras por diseño e interoperables en distintos dominios. Y, por último, también es necesaria la colaboración. Los funcionarios de defensa deben encontrar una postura cómoda de innovación permanente a través de las relaciones con sus socios tecnológicos para garantizar que su capacidad digital esté siempre un paso delante de la del adversario.
Innovación por instinto
La materialización de esta idea se fundamenta en una base multinube para cualquier aplicación, que es crucial para recoger, procesar, guardar y compartir información. Sobre la base de su conocimiento de la situación y recopilando datos provenientes de distintas fuentes (desde satélites operados por drones hasta personas en el terreno), los equipos de defensa recogen información que debe ser procesada. A su vez, esa información se utiliza para dar directivas o impartir órdenes a las tropas, difundiendo la información a través de un conjunto de nubes conectadas que dependerán de los países que formen parte de la operación y de las características específicas de la orden.
Sin embargo, financiar e incorporar tecnologías como la nube y tener la voluntad de innovar es solo parte de la lucha (si se me permite la metáfora bélica). Para estar verdaderamente preparadas para el futuro, las organizaciones militares deben poner en práctica un ciclo de innovación en el terreno y adaptarse a él. Deben crear un entorno en el que se incorporen innovaciones continuamente, reduciendo a cero las barreras para su incorporación y utilización. Esto implica el desarrollo de la innovación como una capacidad en sí misma y la transformación en organizaciones que innoven “por instinto”.
Más información sobre este tema, en el último número de la revista NITECH, que puede leerse aquí.